西班牙首相桑切斯第25届联合国气候变化大会开幕式致辞

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Hace 162 años, en 1857, "American Journal of Science" publicó una curiosa reseña científica que sostenía una tesis original: «Una atmósfera de CO2 le daría a nuestra Tierra una temperatura alta; y si en el pasado el aire se mezcló con CO2 en una proporción mayor que en la actualidad, […] de ello debió de resultar una temperatura necesariamente mayor en el planeta».

El origen de esa investigación estaba en un ingenioso experimento: con termómetros, cilindros de cristal y una bomba de vacío, alguien teorizaba -por primera vez- sobre la existencia del efecto invernadero.

Ese "alguien" tenía nombre, y era un nombre de mujer: Eunice Foote.

Sin embargo, quien expuso públicamente el descubrimiento no fue ella, sino su colega científico el profesor Joseph Henry.

La razón es sencilla: las mujeres no tenían permiso para exponer trabajos científicos en aquella época.

Y hubo que esperar un siglo y medio hasta que su aportación fuera reconocida.

He querido comenzar evocando la memoria de Eunice Foote por dos razones:

La primera, para rescatar su memoria, y la memoria de tantas otras mujeres científicas, de la injusticia del olvido. Y la segunda, para dejar constancia de todo el tiempo transcurrido desde que la ciencia nos advirtió.

Esta doble paradoja nos invita a la reflexión: Y es que, durante décadas y décadas, el progreso se ha concebido de espaldas a las mujeres, de espaldas, en consecuencia, al menos a la mitad de la Humanidad y además, el progreso se ha entendido sin tener en cuenta los límites físicos que hacen viable la vida humana sobre nuestro planeta.

Mujer y medio ambiente; medio ambiente y mujer, he aquí dos realidades ignoradas durante demasiado tiempo por la Humanidad y sin las que ya resulta inimaginable el presente y el futuro de la Humanidad.

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