Parece que mi antecesor era un hombre de temperamento amargo.
Durante la travesía no dejó de quejarse al patrón del buque, por la mala comida, y amenazaba con quedarse en la playa si no mejoraba el servicio.
Insistía sobre todo en que se le diera sábalo fresco, aunque no hay en los mares de América.
Andaba siempre en cubierta, con las manos en los bolsillos del pantalón, y cuando pasaba junto a don Cristóbal, se reía groseramente en su cara.
Decía mil horrores contra él en los grupos de pasajeros y tripulantes.
Entre otras cosas, aseguraba que Colón no tenía la menor idea sobre América, y que había emprendido el camino a ciegas, puesto que aquel era su primer viaje al Nuevo Mundo.
Cuando uno de los marineros gritó: “Tierra” todos se conmovieron. Sólo él permaneció indiferente.
Contempló la mancha gris con un vidrio ahumado, – que, según ciertos cronistas era un pedazo de botella –, y exclamó con desdén: “No hay tierra. ¡Que me cuelguen si lo que vemos no es una balsa de indios americanos! ”.
Al embarcarse, no traía más que un envoltorio de periódico, en el que había un pañuelo, una media de lana, una de algodón, un camisón y no sé qué otro objeto.
Cada pieza tenía iniciales diferentes. Sin embargo, durante el viaje inventó la novela de su baúl y no cesaba de hablar de su baúl.