Ella era, francamente, muy buena con él. Por la tarde había sido demasiado cruel e injusto. Era una mujer delicada, maravillosa de verdad. Y en aquel preciso instante se le ocurrió pensar que iba a morir.
Llegó esta idea con ímpetu; no como un torrente o un huracán, sino como una vaciedad repentinamente repugnante, y lo raro era que la hiena se deslizaba ligeramente por el borde…
—¿Qué te pasa, Harry?
—Nada. Sería mejor que te colocaras al otro lado. A barlovento.
—¿Te cambió la venda Molo?
—Sí. Ahora llevo la que tiene ácido bórico.
—¿Cómo te encuentras?
—Un poco mareado.
—Voy a bañarme. En seguida volveré. Comeremos juntos, y después haré entrar el catre.
«Me parece —se dijo Harry— que hicimos bien dejándonos de pelear».