En los meses previos al inicio de las hostilidades, los españoles sometieron a las poblaciones ribereñas que permanecían leales al imperio con la intención de aislar su capital.
En el cerco participaron decenas de miles de indígenas de Tlaxcala, Huejotzinco, Chalco, Texcoco e Iztapalapa.
Y no más de 1500 españoles.
En los bergantines fue colocada la artillería.
Hernán Cortés ordenó la destrucción de los acueductos para cortar el suministro de agua dulce y con sus naves impidió que la ciudad recibiera víveres a través del lago.
El objetivo era que los mexicas se rindieran al cabo de algunas semanas.
El cerco fue cerrado con las tropas de hispano-indígenas de Pedro de Alvarado que avanzó por el poniente desde Tacuba, por Gonzalo de Sandoval que hizo lo propio desde Iztapalapa y Cristóbal de Olid marchó desde Coyoacán.
Pero Cuauhtémoc y los guerreros mexicas no estaban dispuestos a rendirse y defendieron la ciudad encarnizadamente.
La resistencia fue feroz.
Cientos de vidas de ambos bandos se perdían jornada tras jornada.
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