Alguien me llamó desde la casa, y tuve que entrar un minuto.
Cuando volví, la caja del Meccano había desaparecido y la puerta estaba abierta.
Gritando desesperado corrí a la calle donde ya no se veía a nadie, y en ese mismo instante cayó un rayo en el chalet de enfrente.
Todo eso ocurrió como en un solo acto, y yo lo estaba recordando mientras le daba el avión a Luc y él se quedaba mirándolo con la misma felicidad con que yo había mirado mi Meccano.
La madre vino a traerme una taza de café, y cambiábamos las frases de siempre cuando oímos un grito.
Luc había corrido a la ventana como si quisiera tirarse al vacío.
Tenía la cara blanca y los ojos llenos de lágrimas, alcanzó a balbucear que el avión se había desviado en su vuelo, pasando exactamente por el hueco de la ventana entreabierta.
«No se lo ve más, no se lo ve más», repetía llorando.
Oímos gritar más abajo, el tío entró corriendo para anunciar que había un incendio en la casa de enfrente.
¿Comprende, ahora? Sí, mejor nos tomamos otra copa.