Muchas gracias, Señoras, Señores.
"Hemos llegado a un momento de la historia en que debemos orientar nuestros actos atendiendo a sus consecuencias para el medio. Por ignorancia o indiferencia podemos causar daños inmensos o irreparables al planeta del que depende nuestra vida y nuestro bienestar".
Estas palabras están recogidas en la declaración final de la Primera Cumbre de la Tierra, hace ya medio siglo en Estocolmo.
Su vigencia debería sobrecogernos.
Porque cinco décadas después, el mundo sigue dando pasos hacia lo que ha denominado hoy el Secretario General, Antonio Guterres, el infierno climático, a pesar del certero diagnóstico de la ciencia.
Ignorancia o indiferencia, afirmaba la Declaración de Estocolmo.
La primera pudo ser esgrimida durante un tiempo como atenuante.
La indiferencia, en cambio, no absuelve ante el tribunal de la posteridad.
¿Cómo ser indiferente ante la tragedia vivida este año por países como Bangladesh, cuyos ríos desbordados desplazaron a millones de personas?
¿Cómo serlo ante las señales de auxilio de comunidades enteras del Pacífico, como hemos escuchado en esta tribuna en el día de hoy, en riesgo cierto de desaparecer?