Sin embargo, lo de tener la cabeza así de dura es la gran cosa.
Uno da de topes contra los pilares del corredor horas enteras y la cabeza no se hace nada, aguanta sin quebrarse.
Y uno da de topes contra el suelo; primero despacito, después más recio y aquello suena como un tambor.
Igual que el tambor que anda con la chirimía, cuando viene la chirimía a la función del Señor.
Y entonces uno está en la iglesia, amarrado a la madrina, oyendo afuera el tum tum del tambor… Y mi madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy a ir a arder en el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza.
Pero lo que yo quiero es oír el tambor.
Eso es lo que ella debería saber.
Oírlo, como cuando uno está en la iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que aquel tambor se oye de tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las condenaciones del señor cura…: «El camino de las cosas buenas está lleno de luz. El camino de las cosas malas es oscuro.»
Eso dice el señor cura… Yo me levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está a oscuras.
Barro la calle y me meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle suceden cosas.