A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada.
Y por aquí vamos nosotros.
Los cuatro a pie.
Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una carabina.
Ahora no traemos ni siquiera la carabina.
Yo siempre he pensado que en eso de quitarnos la carabina hicieron bien.
Por acá resulta peligroso andar armado.
Lo matan a uno sin avisarle, viéndolo a toda hora con «la 30» amarrada a las correas.
Pero los caballos son otro asunto.
De venir a caballo ya hubiéramos probado el agua verde del río, y paseado nuestros estómagos por las calles del pueblo para que se les bajara la comida.