Gabriel García Márquez - Doce Cuentos Peregrinos - Primer cuento.
BUEN VIAJE, SEÑOR PRESIDENTE.
ESTABA SENTADO en el escaño de madera bajo las hojas amarillas del parque solitario, contemplando los cisnes polvorientos con las dos manos apoyadas en el pomo de plata del bastón, y pensando en la muerte.
Cuando vino a Ginebra por primera vez el lago era sereno y diáfano, y había gaviotas mansas que se acercaban a comer en las manos, y mujeres de alquiler que parecían fantasmas de las seis de la tarde, con volantes de organdí y sombrillas de seda.
Ahora la única mujer posible, hasta donde alcanzaba la vista, era una vendedora de flores en el muelle desierto.
Le costaba creer que el tiempo hubiera podido hacer semejantes estragos no sólo en su vida sino también en el mundo.
Era un desconocido más en la ciudad de los desconocidos ilustres.
Llevaba el vestido azul oscuro con rayas blancas, el chaleco de brocado y el sombrero duro de los magistrados en retiro. Tenía un bigote altivo de mosquetero, el cabello azulado y abundante con ondulaciones románticas, las manos de arpista con la sortija de viudo en el anular izquierdo, y los ojos alegres.
Lo único que delataba el estado de su salud era el cansancio de la piel.
Y aun así, a los setenta y tres años, seguía siendo de una elegancia principal.