En la gloriosa era de la antigua Grecia, en la isla de Creta, habitaba Dédalo, un inventor cuyo ingenio no conocía límites.
Pero la envidia oscureció su corazón, llevándolo a cometer un acto imperdonable.
Su sobrino Talos, un joven prodigio que amenazaba con superar el talento de Dédalo, murió bajo circunstancias misteriosas siendo empujado desde lo alto de un acantilado.
Se susurraba que detrás de su muerte estaban las manos celosas de Dédalo.
Buscando escapar de las consecuencias de su acción, Dédalo encontró refugio en la corte del rey Minos, donde su destino tomaría un giro irrevocable.
Pronto Dédalo se hizo conocer por sus asombrosas creaciones e inventos así que el mismo rey Minos le encargó construir una de las obras de ingeniería más impresionantes del reino: el famoso laberinto.
Esta era una estructura de complejidad inimaginable, diseñada para encerrar al Minotauro, un monstruo nacido de la vergüenza de la reina Pasífae, esposa de Minos, como castigo al rey por haber ofendido al dios Poseidón.
Sin embargo, la obra maestra de Dédalo se convertiría, sin saberlo, en la cárcel de su propio destino.
Así pasaron los años hasta que un día Dédalo, movido por compasión y justicia, decide ayudar a un joven llamado Teseo, quien era un valiente héroe ateniense que se propuso matar al Minotauro.
Dédalo le confió a la princesa Ariadna el secreto para poder matar al monstruo de manera que ella le entregó a Teseo un hilo, un simple pero ingenioso instrumento para navegar por el intrincado laberinto y encontrar de nuevo la salida tras derrotar a la bestia.
