Carlos V, el único césar español, dominó con mano férrea un imperio en el que nunca se ponía el sol.
La emperatriz Isabel de Portugal, regente en sus ausencias, ejerció el gobierno de la corona con indudable maestría.
Los reyes siempre han querido dejar una huella en la historia.
Además de las hazañas bélicas, la arquitectura ha sido el mejor testimonio de la grandeza real.
Carlos V nos ha dejado un legado imperecedero.
Carlos V y su familia vivieron en un antiguo palacio de Madrid que su hija transformó en el monasterio de las Descalzas Reales.
La afición del emperador Carlos por la caza motivó que en el siglo XVI se edificara el Palacio Real de El Pardo, actualmente convertido en residencia de mandatarios extranjeros.
Carlos V, cuando abandona la política, manda construir un palacio en el monasterio de San Jerónimo de Yuste para su retiro.
La cubierta del monasterio de las Descalzas Reales es de teja árabe, y la fachada, plateresca, tiene muros a la toledana con sillares de granito.
Por voluntad de Juana de Austria, hija de Carlos V, albergó una comunidad de clarisas.