Cristina de Suecia es uno de los personajes más cautivadores de la Europa del siglo XVII y la cultura artística del Barroco.
Su inteligencia, enérgico carácter y gran determinación, nos acercan a la vida de una mujer extraordinaria que ha pasado a la historia como una de las principales coleccionistas de la Edad Moderna.
Reina de Suecia entre 1632 y 1654 su aplicación al trono y su conversión al catolicismo la acercaron a la corte del rey Felipe IV.
La reina buscaba entonces el apoyo del rey español, al que obsequió con algunos de los retratos más imponentes de la soberana y con piezas tan valiosas como las tablas de Adán y Eva, realizadas por Alberto Durero, que conservamos en el Museo del Prado.
Gracias a la mediación del monarca, Cristina de Suecia cultivó buenas relaciones con el papado, que la recibió con una entrada solemne en Roma en 1655 y le permitió establecer su residencia en esta ciudad como monarca soberana sin reino.
Instalada en el palacio Riario, su pasión por la cultura de la antigüedad la llevó a reunir en sus salas una de las colecciones de escultura más célebres y apreciadas del momento.
En 1724, gran parte de estas obras fueron adquiridas por los reyes Felipe V e Isabel de Farnesio, para decorar el Palacio de la Granja de San Ildefonso y hoy conforman el conjunto más valioso de escultura clásica del Museo del Prado.
El 8 de diciembre de 1626, nacía en Estocolmo, Cristina de Suecia, uno de los personajes más fascinantes de la Europa del siglo XVII.
Una mujer de gran inteligencia, fuerte determinación y firme carácter, además de contraponerse a algunos de los códigos de conducta de la sociedad de su momento, hizo de ella una mujer que destacara por su personalidad.
Su padre, Gustavo Adolfo II, falleció en la Guerra de los 30 Años en 1634, convirtiendo a Cristina de Suecia en una edad tan temprana como los seis años en Reina de Suecia, bajo la regencia del canciller Oxenstierna.