Langdon sintió un profundo escalofrío. Esa extraña respuesta era un antiguo dicho hermético que proclamaba la creencia en la conexión física entre cielo y tierra.
El fresco de la primera mañana empezó a convertirse en una humedad caliente y pastosa; la temperatura no era fría ni caliente; era una temperatura de escalofrío.
De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre.
Pero al caer la tarde, y como las fieras que empiezan a esa hora a afilar las uñas, el celo de varón comenzó a relajarle la cintura en lasos escalofríos.
Lo estremeció un escalofrío de las vísceras que lo dejó sin luz, y tuvo que soltar las herramientas de jardín y apoyarse en el muro del cementerio para que no lo derribara el primer zarpazo de la vejez.