En la decisión judicial sólo se indica que "Garushyantz y Arutyuniantz golpearon (a las víctimas) con un martillo", sin que se examinara la cuestión de quién fue exactamente el que asestó los martillazos.
Al principio sus sueños alternaron dos imágenes: la tribuna de la sala de la Asamblea de las Naciones Unidas cerniéndose sobre él y el hombre de Convirtamos las espadas en arados sacudiéndolo a martillazos una y otra vez.
Sierva María fue olvidada en medio de la abrasión de la cal viva, los vapores del alquitrán, el tormento de los martillazos y las blasfemias a gritos de las gentes de toda ley que invadieron la casa hasta la clausura.