El trabajo urgía —los sueldos habían subido valientemente—, y mientras el temporal siguió, los peones continuaron gritando, cayéndose y tumbando bajo el agua fría.
Gracias por haberme admitido en tu cuerpo durante nueve meses, por haber compartido conmigo tu espacio, tu aire y tu mundo, y por haber soportado valientemente todo el dolor que en su momento implicó para ti darme la vida.
Tan pronto divisó al hombre, comenzó a gritar con tanta fuerza como aquél: -¡Oh, amo! ¡Oh, amo! -y valientemente galopó hasta donde estaba el pobre hombre y le disparó en la cabeza al lobo que estaba atacándolo.