Remedios, la bella, y, sus espantadas amigas, lograron refugiarse en una casa próxima cuando estaban a punto de ser asaltadas por un tropel de machos feroces.
Váyase vuesa merced, señor hidalgo -respondió don Quijote-, a entender con su perdigón manso y con su hurón atrevido, y deje a cada uno hacer su oficio.
El matemático durmió con tranquilidad; no así el poeta, acosado por versos que su razón juzgaba detestables: Faceless the sultry and overpowering lion, Faceless the stricken slave, faceless the king.