Movimientos sociales liderados por grupos religiosos, organizaciones filantrópicas y celebridades como Charles Dickens intentaron cambiar esas condiciones para así ayudar a reformar a los presos.
Esos dispositivos se veían como una forma fantástica de azotar a los prisioneros, cuyo beneficio de accionar molinos ayudaba a reconstruir una economía diezmada por las guerras napoleónicas.
Ropas ajadas, sucias, viejas, rotas, como todas las que visten los prisioneros que regalan las suyas a los amigos que dejan en las sepulturas de las mazmorras, o las cambian por favores con los carceleros.
Por lo que recordaba, era imposible que el contenido de la caja cuadrase con los dineros que Grau entregaba al alguacil de la prisión para que alimentase a sus presos; aquél debía de ser muy superior.