En un mensaje que envió a sus padres desde su celda, el detenido imploró su ayuda y dijo que era objeto de constantes palizas, pero que se negaba a confesar porque no era un asesino.
Uno de ellos contestó, en nombre del resto, que no tenían nada que alegar, salvo que el capitán les había prometido perdonarles la vida cuando los tomó prisioneros, por lo que, humildemente, imploraban mi clemencia.