Lo guardaba todo en una pequeña caja de caudales cerrada con siete llaves en el segundo cajón de la mesilla de noche. A treinta de cada mes entregaba el montante a Candelaria.
Pues como no desconectamos el smartphone y muchas veces lo dejamos recargándose en la mesilla de noche, tan pronto como recibimos un mensaje nos levantamos para ver quién es, qué dice… Y no descansamos.