Así que cuando hoy me inclino ante quienes derrotaron al Tercer Reich nazi, no se trata de un gesto vacío, sino de la expresión del reconocimiento de que la victoria salvó millones de vidas humanas.
En cada caso dos pensamientos pasaron por mi mente mientras luchaba con el sufrimiento de la pérdida: de no ser por la gracia de Dios, ese sería yo, y, jamás debemos dejarnos vencer por los asesinos.
Dentro de la atestada cabina, un austero hombre de negocios vestido con un traje perfectamente planchado baja la mirada hacia el chico que tiene al lado.