Fue interrumpido por la señora Annesley, persona gentil y agradable que, al intentar romper el hielo, mostró mejor educación que ninguna de las otras señoras.
El guardia habitual de la Calle del Limbo, un hombre inmenso, rudo y bondadoso, sacó del bolsillo un porrón de whisky, y se lo ofreció a Murray diciendo: -Es costumbre, usted sabe.
Y al acabar de la profecía, alzó la voz de punto, y disminuyóla después, con tan tierno acento, que aun los sabidores de la burla estuvieron por creer que era verdad lo que oían.
Se agachó, acarició la cabecita del gorrión y le dijo con su dulce voz: – Levántate, amigo. Sólo me queda una gota amarilla, pero es para ti ¿Dónde quieres que te la ponga?
Pero bueno, este era un cura bonachón, era un cura maravilloso, que en realidad lo que había hecho en Medellín, otro bueno, era enseñarnos a oír música clásica y enseñarnos a ver cine con cuidado, con ojo crítico.