Rodeé la cama hasta una mesita de noche cubierta con un cristal que aprisionaba estampas de antepasados, recordatorios de funerales y billetes de lotería.
Con circunspección recogió las ropas de Ana, colocándolas cuidadosamente sobre una silla amarilla, y luego, cogiendo la vela, se volvió hacia el lecho.