Del otro lado del corredor, en la celda de enfrente, estaba encerrado Bonifacio, el siciliano que había matado a su novia y a los dos agentes que fueron a arrestarlo.
La conocí hace diez años, y durante los seis meses que fui su novio, hice cuanto me fue posible para que fuera mía. La quería mucho, y ella, inmensamente a mí.
El príncipe, haciendo caso omiso a los comentarios, tomó de la mano a su prometida y juntos subieron al balcón de palacio que daba al jardín. Desde allí, habló a la multitud que estaba esperando una explicación.
El recuerdo de su tierna novia, pura y riente en la cama de que se había destendido una punta para él, encendía la promesa de una voluptuosidad íntegra, a la que no había robado ni el más pequeño diamante.