Para los polacos, su ejemplo más espeluznante fue el asesinato de 22.000 oficiales polacos, prisioneros de guerra cuyas cenizas reposan en los cementerios de Katyn, Miednoye y Kharkov.
La abuela esperó sentada en el trono, en medio de la calle, hasta que acabaron de bajar la carga. Lo último fue el baúl con los restos de los Amadises.
Era muy probable que poco después de su muerte sus restos mortales se uniesen a los del mundo en un fuego todavía mayor para acabar convertido en átomos individuales.
Detrás de ellas caminaban cuatro indios de carga con los pedazos del campamento: los petates de dormir, el trono restaurado, el ángel de alabastro y el baúl con los restos de los Amadises.
La cama de la abuela había recuperado su esplendor virreinal, la estatua del ángel estaba en su lugar junto al baúl funerario de los Amadises, y había además una bañera de peltre con patas de león.