Había aparecido de repente, abriéndose paso por entre la muchedumbre con un sobretodo en piltrafas que había sido de alguien mucho más alto y corpulento.
En determinado lugar el toro pasó los cuernos bajo el alambre de púa, tendiéndolo violentamente hacia arriba con el testuz, y la enorme bestia pasó arqueando el lomo.
Otra hermosura que nos roban —espetó Ringier al hombre alto que estaba de pie a su lado, el único del grupo que no parecía interesado en todo aquel espectáculo.
De entre la oscuridad surge, iluminada débilmente por la luz del fuego, la figura de un hombre alto vestido con ropa oscura y cubierto con un sombrero negro.
Lo que más les llamó la atención de aquel pueblo fue el enorme escenario que habían instalado justo a la entrada: sus dimensiones parecían excesivas para una localidad tan pequeña.
Un hombre alto y viejo, con rostro afable y el pelo blanco, un aire tan arrogante como Julio César y Roscoe Conkling en la misma postal, había ido a buscarla a la estación.
La señora Rachel depositó su sustancial persona sobre el poyo de piedra, tras el cual crecía una alta planta de rojas y amarillas malvas, con un largo respiro, mezcla de fatiga y alivio.