Los animales, con la cabeza erguida, atisbaban y olfateaban sin cesar, y sus orejas estaban tensas, como para escuchar el más leve ruido que les haría huir hacia la maleza.
Le pareció que había un lío tremendo, algo bastante parecido a su propia vida en ese momento, pero Pero por primera vez, desde el accidente, pudo atisbar un rayo de esperanza y fe en que todo iba a salir bien.