Es la ciudad a la que dedicamos votos de fidelidad eterna y la que por siempre late en cada corazón judío: “¡Si me olvido de tí, oh Jerusalén, que mi mano derecha olvide su destreza!”.
Y hay más: que no parece sino que el jumento entendió lo que Sancho dijo, porque al momento comenzó a rebuznar, tan recio, que toda la cueva retumbaba.
La pregonera vocinglería de la esquila de vuelta, cercana ya, ya distante, resuena en el cielo de la mañana de fiesta, como si todo el azul fuera de cristal.
Eres lo que desayunas los domingos, eres esa canción atrapada en tu cabeza, eres esa película que decidiste volver a ver y esa persona a la que eliges besar.
El paso de Platero resuena en las grandes losas que abrillanta el riego, azules de cielo a trechos, y a trechos blancas de flor caída, que, con el agua, exhala un vago aroma dulce y fino.