Busca a veces formas desesperadas de supervivencia y, por ello, como lo dijo una vez el gran peruano César Vallejo, enciende su fósforo cautivo y ora de cólera.
Cuando fijamos los objetivos de desarrollo del Milenio reconocimos que para restablecer el orden mundial hay que ocuparse de las causas profundas de la rabia, la desesperación, la injusticia y el odio.
Sin embargo, en momentos en que las imágenes de los excesos del primer mundo se difunden en todos los rincones del mundo, ¿puede alguien sorprenderse de que aumente la ira contra Occidente?
Ante nuestros ojos y abiertamente, la solución de dos Estados se está sepultando en una tumba no solo de hormigón y de alambre de púas, sino también de odio, ira y recelo.
Somos testigos de las pequeñas humillaciones y tensiones, día tras día, de la indiferencia hacia la humanidad de los palestinos, y de la expresión de rabia desbordada de un pueblo ocupado” (págs. 8 a 10).
Deben producirse avances en los dos frentes al mismo tiempo, pues de no ser así la frustración y la cólera que inspira el mantenimiento de la ocupación harán que la sociedad se incline hacia el extremismo.
Tales faltas graves de conducta me indignan, pues dificultan la importante labor de decenas de miles de funcionarios de las Naciones Unidas encargados del mantenimiento de la paz que prestan servicios distinguidos en todo el mundo.