Lo segundo que hacemos es desplegar un millón de consejos bienintencionados, y os aseguro que a mí me los dieron todos, que son superdolorosos para el enfermo.
Un mozo de mulas de los que allí venían, que no debía de ser muy bienintencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas.