Mas pronto se puso de rodillas —fluía bajo la puerta un reflejo pajizo—, inclinándose adonde la luz del alba era reguero claro, a ras del suelo, en la rendija casi, para ver mejor el despojo de su pequeño.
Cuando terminé de sembrar el grano, me hacía falta un ras trillo y no me quedó má s remedio que utilizar una rama gruesa con la cual conseguí arañar la tierra, más que rastrillarla.