Precisamente en ese momento, la corte española necesitaba mucho oro y plata para seguir luchando contra los moros y reconstruir el país después de la Reconquista.
Esos dispositivos se veían como una forma fantástica de azotar a los prisioneros, cuyo beneficio de accionar molinos ayudaba a reconstruir una economía diezmada por las guerras napoleónicas.
La tela iba a ser destruida mil veces, y ella mil veces la reconstruiría; siempre sin hastío ni desesperación, tampoco con deleite, tal como venía sucediendo desde hacía millones de años.