Monipodio rompió un plato y hizo dos tejoletas, que, puestas entre los dedos y repicadas con gran ligereza, llevaba el contrapunto al chapín y a la escoba.
Salían del burdel con gusto de sabandija en la boca, lo que antes de entrar tenía de pecado y de proeza, y con esa dulce fatiga que da reírse mucho o repicar con volteadora.
Esa misma noche, mientras todos dormían, me quedé pensando en lo que me había contado, y aunque sabía que el campanario seguía clausurado desde décadas atrás, poco antes de la medianoche, creí escuchar algo, el repicar de las campanas.