El Cairo siempre ha temido la llegada de miembros de Hamás, aliados de la organización islamista Hermanos Musulmanes, considerados terroristas por Egipto.
David Alexander Glencairn (me tendré que habituar a llamarlo así) era, lo sospecho, un hombre temido; el mero anuncio de su advenimiento bastó para apaciguar la ciudad.
Un nuevo sobresalto, sin embargo, me esperaba junto a ella: allí estaba uno de los temidos controles militares que habían impedido la entrada de los larachíes en Tetuán.