No tardó mucho, cuando entraron dos viejos de bayeta, con antojos que los hacían graves y dignos de ser respectados, con sendos rosarios de sonadoras cuentas en las manos.
Y como si él mismo fuese un monje piadoso, las repasaba una y otra vez, las soltaba, las desperdigaba y las volvía a engarzar en otro orden hasta gastarlas.
Un sacristán viejo y una niña huérfana de catorce años, ambos mandingas conversos, eran los ayudantes en la iglesia y en la casa, pero no hacían falta después del rosario.
Por ejemplo, en mi pueblo, que es un pueblo de Granada que se llama Montillana, donde yo pasé mi infancia, donde vive mi familia, tenemos la Virgen del Rosario.
Pero, antes, en el vuelo desde Roma, ha firmado una camiseta de fútbol del niño Mateo, el menor asesinado en Mocejón, y ha entregado un rosario para la familia.
La guardiana ayudó a someterla y a amarrarla. Antes de salir, Delaura sacó del bolsillo un rosario de sándalo y se lo colgó a Sierva María encima de sus collares de santería.
Tenemos más: que rezamos nuestro rosario, repartido en toda la semana, y muchos de nosotros no hurtamos el día del viernes, ni tenemos conversación con mujer que se llame María el día del sábado.
La interrumpió el relámpago. El trueno se despedazó en la calle, entró al dormitorio y pasó rodando por debajo de la cama como un tropel de piedras. La mujer saltó hacia el mosquitero en busca del rosario.
No es otra la locura sino que éstas son cartas de Duquesas y de gobernadores, y estos que traigo al cuello son corales finos las avemarías, y los padresnuestros son de oro de martillo, y yo soy gobernadora.