Sólo era posible hacer una excepción cuando el delito —por ejemplo, el asesinato de un tirano— era la única forma viable de alcanzar importantes objetivos humanitarios.
Apenas traspasado el umbral de su vivienda, la anciana se enfundaba el uniforme de tirana y sacaba su látigo invisible para humillar al hijo hasta el extremo.
El niño se ha convertido en un déspota en su relación familiar y su comportamiento se extiende al colegio y afecta a los profesionales con los que se relaciona.
La Constitución fue casi dictada a punta de pistola en un golpe militar, y el público sólo aceptó al tirano porque estaba cansado de la constante guerra civil.
Llegó a ser un tirano y la pobre gente (para vengarse de la errónea esperanza que alguna vez pusieron en él) dio en jugar con la idea de secuestrarlo y someterlo a juicio.
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión.