Los cafés y almacenes estaban iluminados como si fuera la medianoche, pues era un martes típico de los eneros de París, encapotados y sucios, y con una llovizna tenaz que no alcanzaba a concretarse en nieve.
Estaba vacío, había como un cuerpo de agua, no sé si era un río, si era un lago, si era un- no sé lo que era, pero había agua al fondo y el cielo estaba encapotado, estaba lleno de nubes.