En él yacen las momias de Juan de Marcilla e Isabel de Segura, dos jóvenes que vivieron en el Teruel del siglo XIII, que protagonizaron una historia de amor digna de su reconocimiento nacional.
Visitáronle, en fin, y halláronle sentado en la cama, vestida una almilla de bayeta verde, con un bonete colorado toledano; y estaba tan seco y amojamado, que no parecía sino hecho de carne momia.
Muchas de las momias han desaparecido con las joyas con que fueron enterradas, y las que han llegado hasta nuestros días lo han hecho como simples restos humanos desprovistos de vida y de grandeza.
Aquellas noches eran las peores porque la madre no alcanzaba entonces el estado de una mansa momia, sino que se transformaba en un Júpiter tronante capaz de asolar con sus berridos la dignidad del más firme.
Y yo quedé como una momia, cubierta de vendas blancas bajo las que se escondía una armadura tétrica y pesada que dificultaba todos mis movimientos, pero con la que tendría que aprender a moverme de inmediato.